Llegó el día, tocaba volar, iniciar el trayecto que tanto
tiempo llevaba preparando.
Estaba muy emocionado, aunque dormí bien, todavía tenía el
torrente de emociones del día anterior y además en mi cabeza no dejaba de ver
imágenes del aeropuerto al que nos íbamos a “enfrentar” El Tenzing – Hillary,
el aeropuerto más peligroso del mundo, y no es que lo diga yo, es que así lo
considera la aviación internacional, casi nada.
Pronto estábamos en pie y listos para salir. Bajamos al
patio del hotel donde nos comimos el desayuno, pan con mantequilla, huevos
fritos, verdura salteada y patatas cocidas y un poco fritas, y por supuesto un
milk tea. Al terminar fuimos a nuestra habitación cogimos todos los bártulos y
nos dirigimos a la recepción del hotel. Allí nos esperaba el guía Isword y un
conductor que nos llevaría al caótico aeropuerto de Katmandú.
Cargamos todo en
la furgoneta y a correr, a pasearnos por la yincana de la vida… pudimos tener
cien accidentes en los 45 minutos que duraba el trayecto al aeropuerto, por
suerte tuvimos solo muchos sustos.
Por fin llegamos, nos dieron las tarjetas de embarque, con
menos medidas de seguridad que los albañiles en marruecos, en fin, tras pagar
un pequeño suplemento por exceso de equipaje (material de los críos que aún llevábamos
con nosotros) estuvimos esperando un rato en la sala de espera hasta que nos
llegó el turno.
En aquella sale vi muchas cosas, pero una que me llamó mucho la
atención fue la de un hombre fregando… y no, lo curioso no era eso, si no que
una mujer lo esperaba para que cada vez que el mojaba la fregona ella
escurrirla con las manos sacando todo el agua negra que había en ella y
cambiando el agua una y otra vez, como hace 60 años aquí pero en la actualidad
allí, espectacular y triste.
Treinta y cinco minutos después de despegar ya veíamos el
aeropuerto de Lukla, si ya de por si es espectacular, verlo desde el aire lo es
mucho más, parece increíble que se pueda aterrizar ahí. Entramos por un cañón
entre las montañas, nos sacudieron como en una coctelera y aterrizamos como
buenamente pudieron estos pilotos que para mí son unos fieras, ya me gustaría
ver a cualquier otro piloto “de primera” cogiendo tierra allí.
Si el aeropuerto de Katmandú es un caos, el de Lukla lo es
elevado a la décima potencia. Brutal, llegamos, no nos miraron nada, todo lleno
de basura, de suciedad.Del más absoluto caos salimos por una puerta sin ningún tipo de control policial y allí nos esperaba Ram, el Sherpa, una persona increíble con el que aún mantengo un habitual contacto. Junto a él se amontonaban mucho más sherpas en busca de algún turista que viajara por libre y al que llevar su maleta o mochila, parecía un mercado, pero de personas, un rollo muy raro. Ram se hizo rápido con todo y estaba caminando antes de darnos cuenta.
Al llegar paramos para desayunar en una casa de té donde nos
quedaríamos a la vuelta, desayunamos justo al lado de la pista de aterrizaje,
viendo entrar y salir otros aviones, una experiencia muy bonita. Cuando
terminamos el desayuno, el segundo del día y falta que nos iba a hacer, nos
pusimos a caminar, todo acababa de empezar, estaba eufórico, las piernas me
iban al 120% y no paraba de sacar fotos a todo, iluso de mí no sabía lo que me
esperaba aún… Recuerdo que a la vuelta veíamos a otros como nosotros que se
dirigían hacia arriba y pensábamos eso… pobres ilusos, no saben dónde se están
metiendo.
Fue un día muy especial, lleno de todo, empezamos a cruzar
los míticos puentes construidos por la organización Hillary, hechos de acero y
con gran resistencia, empezamos a ver los Gokios (como los Jaks, pero sin
pelos, ya que caminan a otras alturas más bajas) hablamos mucho con nuestro
guía, los dos estábamos cómodo con el viaje y todo fluía mejor de lo que al
menos yo me esperaba en todos los aspectos.
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