domingo, 22 de abril de 2018

Próxima parada. Dingboche.

Día duro donde los haya, salimos temprano tras desayunar hacia Dingboche. Amaneció un día precioso, volvimos a coincidir en el camino con el rodaje de la película francesa “El Ascenso” eligieron una ubicación muy bonita para rodar unos paisajes. El día acompañaba y las fuerzas a priori también, me encontraba mucho mejor que el día anterior a nuestra llegada.


Pequeña Nepalí con su nuevo amigo.
El camino era muy bonito pero pronto empezarían a desaparecer los árboles, la zona boscosa y la verde vegetación para dejar paso a un ambiente más árido. La falta de oxígeno se hacía notar, y la naturaleza así lo hacía ver. Hicimos un par de paradas para regalar algunos colores y libretas y un peluche a una niña preciosa, muy tímida que solo sonrió con los ojos al ver aquel león que le compré a mi hija cuando era pequeña. Era uno de los juguetes “estrella” que llevaba conmigo y aquella niña lo merecía.

Tras varias horas de caminata dura llegamos a una aldea donde paramos para comer. Recuerdo llegar y tirarme en los asientos del lodge y descansar. Después de comer, volví a tumbarme con un sueño tremendo, parecía que me moría, se acababa el ruido, y solo quedaba dolor, cansancio y paz. Así espere un rato hasta que le té con limón que me sirvieron se enfrió un poco.

Después de recuperar algo de fuerzas, proseguimos hasta nuestro siguiente destino. Tras otras cuantas horas caminando llegamos a Dingboche. Recuerdo llegar muy cansado, extenuado, roto por dentro y por fuera. Cuando llegué al lodge me tiré en la cama, con todo lo puesto me tapé como pude, tenía mucho frio, y me eché a dormir.

Dingboche
Al cabo de un rato llegó Ram e Isword, me dieron más ajos crudos, me los comía como caramelos de fresa, no es que me gustaran pero solo pensar que me aliviarían ese tremendo dolor de cabeza que tenía y esa angustia, me hacía verlos como si fueran dulces caramelos. Al rato me pude incorporar e ir a la sala común. Se respiraba buen ambiente, paz y se notaba que la gente comenzaba a notar el mal de altura, me aliviaba un poco no ser el único. Allí fue donde Isword me explicó más detenidamente que hacían cuando los miembros de una expedición empezaban a sentir mal de altura.
Me explicó que lo que solían hacer es que cuidaban los síntomas, los intentaban tratar. Si al día siguiente, ya pasadas las suficientes horas de los síntomas, los síntomas no remitían o empeoraban, le daban la vuelta al cliente y lo descendían hasta el pueblo más cercano, esperaban unas horas, si los síntomas remitían o desaparecían, seguían ascendiendo hasta reincorporarse al grupo, si no remitían se debía seguir descendiendo y por lo tanto abandonando la expedición. Este segundo caso no pasaba por mi cabeza en absoluto, es más, por mi cabeza no pasaba otra cosa que no fuera llegar al campo base fuera como fuese. Al contarme esta forma de proceder, se me quitaron todos los males. Mejoré y por la tarde noche estaba cenándome lo que para mí fue una de las mejores pizzas que me he comido en mi vida. Estuve escribiendo en el diario, leyendo y pensando en descansar. Al día siguiente teníamos día de descanso y aclimatación. Nos fuimos a dormir a nuestra peculiar habitación y descansamos como pudimos esa noche.

Salón común del Lodge
Recuerdo que al salir de la zona común hacia la habitación nos encontrábamos de frente con el Ama Dablam, la luna apenas lo iluminaba pero podías sentir su presencia y su poder. Simplemente espectacular. Detrás de nuestras cabezas a pocos kilómetros el Monte Everest.
Al día siguiente nos despertamos, desayunamos y nos dispusimos a realizar un ascenso de aclimatación a una de las montañas que teníamos justo detrás del lodge. Yo me quedé a mitad, me encontraba algo cansado pero bien, sin ningún tipo de malestar o dolor, y no quise forzar.

Panorámica del Valle de Dingboche
Panorámica Ama Dablam
Creo que esta decisión fue vital. La verdad es que de Jesús Calleja si algo he aprendido en sus charlas, eventos y episodios es a “gestionar el riesgo” en este caso quise parar y dejar que mis compañeros ascendieran al pico de aquella montaña, pareció una decisión cobarde, pero resultó ser muy acertada, me ayudó mucho, cogí confianza en mi cuerpo, en mi mente y me ayudó a pasar un día bastante bueno, aclimaté muy bien, dormí bien la noche siguiente y descansé bastante. Me fui a dormir después de hacer lo habitual, leer, escribir, repasar fotos, etc. Al día siguiente me esperaba un día muy duro.


Al fondo el Makalu









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