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| Descansando, a la derecha el pico Lobuche |
Terminamos de comer un gran plato de pasta, unos macarrones
con tomate que se saltaban las lágrimas. Y continuamos la marcha.
Sin mirar
para arriba empezamos a ascender. Subida insoportable, insufrible, sobrepasando
por primera vez los cinco mil metros de altitud. Faltaba oxigeno por todos
lados, y muchos dábamos bocanadas de aire cual pez fuera del agua. Paramos unas
cuantas veces. De vez en cuando había un rellano para descansar y parecía que
se terminaba el sufrimiento, pero no. Seguíamos caminando y tras más de una
hora, casi dos, de ascenso llegamos al final de esa subida, que no del camino
de aquel día. La verdad es que las vistas eran inmejorables desde aquella
altura, estábamos en el “cementerio” del Everest, entrecomillado ya que allí no
había ningunos restos humanos, solo había tótems en honor a los caídos en el
Everest, desde alpinistas de renombres como Sharp, hasta sherpas de los que
solo se acuerdan sus familiares. Es bastante emotivo pasear por aquel lugar y
ver los tótems, yo llegué bastante reventado y no pude disfrutarlo todo lo que
hubiera querido. | Lobuche |

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